Inmediatez del cuerpo Nenette y Boni, de Claire Denis

Una adolescente flota en una piscina. Un joven da vueltas vertiginosas en un auto. Se mueven sin rumbo, ensimismados e impenetrables. Así nos introduce Nenette y Boni (Nénette et Boni, 1996) a dos hermanos que comparten una compleja historia familiar y reencuentran para navegar su vínculo a tientas. Más que preocuparse por las particularidades de su pasado, el film se detiene en las sensaciones y la corporalidad de sus protagonistas. Los conocemos en un plano sensorial, y las preguntas que emergen en torno a su relación hallan su respuesta en la inmediatez de lo que experimentan sus cuerpos. Lo importante, entonces, está en las formas que articulan ese sentir, exacerbado por la fiereza de la juventud en un contexto social problemático para explorar el deseo y sus obstáculos.

En Nenette y Boni, la indiscutible maestría de Claire Denis para capturar la sensualidad formula un mundo donde las fuerzas del deseo tropiezan y se chocan con una realidad inhóspita. El lenguaje del film es asfixiante: los espacios se describen en planos cerrados de forma fragmentada, las situaciones que viven los personajes son caóticas e incluso violentas. Sin embargo, la ternura hace actos de presencia que, en su brevedad, apuntan a un reino de posibilidades siempre al borde del encuadre. La violencia, entonces, se sugiere como una suerte de herramienta purificadora, un vehículo para acceder a un mundo más amable. Por eso Nénette y Boni (Alice Houri y Grégoire Colin) deben insultarse, golpearse y rechazarse antes de encontrar instancias de conexión y empatía, e incluso después de hacerlo. Las calles de una zona empobrecida, donde se encuentra el apartamento venido a menos de una madre muerta, hospedan un deseo crudo pero genuino. Denis encuentra belleza donde está oculta y oscurecida. Los encuadres comienzan a abrirse al forjarse un vínculo tentativo entre los hermanos. El mundo se transforma, como si los personajes dejaran entrar algo que hasta ese momento permanecía afuera del cuadro, haciendo fuerza para penetrar en las imágenes. Pero la violencia tiene sus límites y siempre acaba por cerrar los caminos que abre. Nénette y Boni no logran sostener la alianza que forjan y esta, finalmente, se desarma.

Boni es un objeto de fascinación para la cámara, que lo captura y recorre incesantemente aún en sus momentos más burdos. Su cuerpo, así como las maneras en que se relaciona con el entorno, están al frente del film y son su mayor preocupación. Aunque el conflicto que Nénette vive a raíz de su embarazo no deseado está más que presente, podría haberse ahondado más en la relación con su propio cuerpo, que de a poco se vuelve ajeno, a la vez que forja una cercanía con su hermano. Es una dinámica que se sugiere sin terminar de explorarse: ella se convierte en una extraña para sí misma, pero se deja conocer por Boni. En un plano detenido sobre los ojos de ella, vemos su vientre hinchado. La baja luz y el sonido de su respiración hacen a la imagen tan bella como inquietante. Más allá de este momento, el cuerpo de Nénette permanece sobre todo oculto. Y aunque esto refleja su propia vivencia –la negación y el rechazo ante sus circunstancias ineludibles– hubiera sido interesante que el film hallara la misma fascinación en su corporalidad que en la de Boni. 

Fotograma de Nenette y Boni

La asfixia del deseo encuentra su alivio en los elementos cómicos del film, que muestran una segunda cara del erotismo. Boni está obsesionado con la esposa del panadero, una mujer mayor que él. A través de largos monólogos, lo escuchamos fantasear con dominarla y conquistarla. Pero a pesar de su fachada varonil, Boni es, por descripción propia, un cobarde. En su obsesión con la esposa del panadero, se parece más a un adolescente enamorado que a un galán o un conquistador. La película abraza lo cómico para resaltar el lado más inocente de sus fantasías agresivas que se desarman al chocar con la realidad. Nada ejemplifica esto mejor que un intercambio que tiene Boni con la mujer: él le pide «una baguette muy larga», ella le contesta que todas son del mismo tamaño. En otra escena, él se despierta y se estira para acariciar tiernamente una cafetera que acaba de comprar, como si fuera una amante que duerme a su lado. Estos elementos nos permiten ver a Boni con otros ojos. Desglamorizan su deseo y ofrecen un contrapeso a sus formas violentas. Sobre todo, nos dan a entender que sus deseos van más allá de lo sexual.

Los momentos entre la mujer y el panadero son los más joviales del filme, y la belleza de su relación ofrece un fuerte contraste a la enajenación de los protagonistas. Un flashback nos muestra su primer encuentro: él la mira fijamente en un primerísimo primer plano que dura casi un minuto. En el contraplano, de similar duración, ella sonríe, avergonzada. Mientras tanto, suena God Only Knows de The Beach Boys. La escena capta la timidez y la ternura del flirteo desde esos planos cerrados y prolongados, construyendo una intensidad que se vuelve más liviana gracias a la elección musical.

Esta ternura es precisamente lo que Boni anhela. Nénette, por su parte, le rehúye. No está alienada con el entorno sino con su propio cuerpo. Es su hermano quien debe arrastrarla a consultas con el ginecólogo, y quien desarrolla un apego a su embarazo. De hecho, este apego reemplaza sus fantasías eróticas alrededor de la esposa del panadero. Un encuentro casual en un centro comercial significa un quiebre en la obsesión de Boni por la mujer. Ella, ensimismada, habla sobre un artículo que leyó acerca de las feromonas. Reflexiona sobre el deseo y la atracción, inconsciente de los sentimientos que él alberga por ella. Observamos un buen rato sus manierismos, cómo pierde el tren de pensamiento y lo recupera, y tenemos la sensación de estar ante una persona imperfecta, real. Intentamos conciliar esto con el deseo asfixiante que hemos aprendido a asociar con ella, manifestado a través de imágenes sugerentes y altamente erotizadas. «Evidentemente, es injusto», observa ella. «Algunas personas tienen muchas de estas moléculas, y otras casi no tienen». Boni esboza ante esto una pequeña sonrisa, como haciendo las paces con la ruptura de su idealización. 

Es un cambio que podría representar una evolución en él, un distanciamiento de la búsqueda de la conexión mediante la dominación. Pero pronto se evidencia que sus viejas formas no han cambiado; Boni todavía entiende la ternura en términos de conquista, y sus actos contrarrestan la autonomía de Nénette a favor de la consumación de su fantasía paternal. A pesar de que ella elige dar a su hijo en adopción, Boni irrumpe en el hospital, armado, y se lleva al bebé. Al final, Boni sostiene a su sobrino en brazos. El filme concluye con imágenes agridulces, tiernas pero cargadas con la crudeza que las precede y que resulta en ellas. Hay un elemento trágico en esto: Boni parece condenado a buscar una ternura cercana pero inaccesible, errado en los métodos que elige e incapaz de corregirse a sí mismo, y el futuro de ambos personajes está colmado de incertidumbre.

Fotograma de Nenette y Boni