La inquebrantable corriente resplandece. Su vidrio refracta y ablanda bordes filosos, duplica árboles y nubes de nuestro mundo deslizándose en figuras distantes. Una suave voz masculina sin procedencia responde a esa corriente, enuncia. Lo maravilla. Lo bello certifica y testifica, le devuelve su encanto en palabras, en halagos. A lo lejos, tras una subida, una carpa reposa junto a algunas cabañas humildes de bambú y mujeres visten telas lisas; bajan y acarician la corriente. Paraíso perdido de las Islas de Filipinas. De pronto, arbustos alzan sus ametralladoras. Se escabullen y cae la noche de golpe por corte. Se encienden las flamas, arrasan contra esos árboles y acribillan el sueño y ese viento acarrea chispas sollozantes. Así, muere un paisaje. Cenizas de lo bello se desvanecen, pero regresan como olfatos. Sus partículas corren hasta la nariz y sobregiran, aturden. Un pañuelo arrugado esconde labios secos, anhela con su tela impedir esos olfatos que igualmente se filtran. Hilarión Zabala, aquel hombre del pañuelo arrugado y casco contra las balas, sufre de fantosmia, condición que hace presente aromas ausentes; no es más que el síntoma de otros fantasmas que acechan, cenizas que todavía sobrevuelan.
Lav Diaz es prudente desde que filmó Batang West Side, hace ya veinticuatro años, hasta su concurrente regularidad —a pesar de sus prolongadas incursiones, no pierde su casi anualizada constancia de trabajo—. Cineasta de la repetición y la extensión como estrategia retórica, comprende la variabilidad de sus tácticas identificables. El fascismo se ratifica y multiplica reiterando su discurso. Repite aquellas gastadas palabras preservan un sentido vacío. Su repetición no transforma, solo confirma. Pero el estilo de Diaz carga la responsabilidad de la perseverancia contra la apropiación de la repetición por aquellos que no ven variación. Tal así ejerce el Alcalde Lukas en la Colonia Penal de Pulo, tierra envenenada, fulminada por desgarradoras violaciones contra los derechos humanos. Amanece y el Alcalde pronuncia un presunto bienestar público desde megáfonos distantes para conservar su eminencia. La gente se levanta y retumban en sus oídos las mismas palabras que ayer. En el caso del poder, la insistencia es una táctica de propaganda, retrotrae a lo presuntamente colosal. Quiere afirmar su mito. Pero, para una militancia de acero, ¿cuál es el fin de la repetición? ¿Para qué proseguir con la denuncia? Si todavía cae la sangre, dejar esa herida sin vendar es imprudente. Aunque esa tela se caiga, hay que reponerla y reponerla.
Su escala parece inabarcable. Si la única exhibición del filme en la Cinemateca Uruguaya demuestra algo, es que muchos no parecían dispuestos a su desafío. A la hora de película, una mujer recoge su bolso y baja las escaleras. En otra fila, otra carga su abrigo y, media hora después, la sigue. Está bien, no hay juicio de valor implícito; quedamos cinco. Pero, absorbidos por su universo tangible, nos quedamos los cinco. A su vez que se puede dudar de sus utilidades prácticas, la duración en sí misma es un gesto político1. ¿Por qué acompañar a sus personajes por tanto? Para habitar ese mundo más allá de la progresión narrativa. Prioriza no sólo lo anecdótico; la duración invita y contemplamos, además de estas vidas adolecidas, la naturaleza. Observamos la correspondencia entre el pasto y el charco, con el foco en profundidad vemos la interacción de realidades contiguas. Un mismo plano con capas plásticas de acción simultánea que dan vida a ese entorno acechado por la muerte. El mundo nos precede, y con esa convicción filma Diaz.
Por eso los cortes no se determinan exclusivamente por la actuación de los intérpretes, por eso un encuadre puede alejarnos de sus personajes, como ocurre en el inicio. Quiere hacernos ver más allá; defiende ese entorno. Así, la indignación cuando los militares hacen cenizas de las casas de bambú proviene de la coherencia con su disposición formal. Pero no solo ve más allá. También filma a la inocente reposando en su cama, que tiembla despavorida agarrándose las rodillas en posición fetal. O a la mujer que, tras la intensa lluvia, se arrastra descalza por el lodo hasta la entrada con alambres de púas. Las creencias de su director se filtran en las imágenes. Siempre aparece en su filmografía el problema de cómo filmar dignamente lo indigno, conceder decencia sin reproducir lo vil. ¿Qué óptica elige cuando acontece un abuso sexual y por ende psicológico a puertas cerradas, pregunto allá en Norte, el fin de la historia y de vuelta aquí? El fuera de campo previamente fue su resolución; ahora responde desde la composición plástica donde, por ejemplo, el acto más soez nos da la espalda.
Esa voluntad contra la injusticia agita el estilo, sus claroscuros monocromáticos e intensas prolongaciones con propósitos acumulativos resuenan a rocanrol, como esa escena del guitarrista eléctrico en su habitación distorsionando graves. Porque también se supo protestar con melodías que iniciaron en el garaje de algunos jóvenes de pelo largo. El viejo Zabala examina sus memorias, acude a una terapeuta para diagnosticar sus fantasmas y vuelve tanto cognitiva como tangiblemente al mismo infierno al que ya sirvió, pero crece la creencia de que, a pesar de que se prometió no mancharse las manos de sangre, para proteger a gente como Reyna —sometida por su propia madre al trabajo sexual en la Colonia Penal—, hay que cortarle el cuello a gente como Lukas. Así se convence mientras la salva. Zabala repite esas palabras en voz baja deslizando los dedos sobre la empuñadura de su pistola en el cinturón y, en ese movimiento, puede que Lav Diaz sea de los pocos cineastas hoy en día que, exponiéndose tanto a lo atroz, rastreado en el fascismo, el colonialismo y dichas manifestaciones de la dominación, late tanto su convicción en la posibilidad, a través de la violencia como herramienta emancipadora, de salvar el mundo.
- Tendría que dedicarse una nota más compleja a explorar la dialéctica entre arte y vida, qué tipo de arte producimos para alcanzar a qué audiencia a los propósitos de protestar contra realidades abyectas y si pensar en términos prácticos es realmente productivo para experiencias estéticas. ↩︎