Sometimes I Think About Dying no es una película sobre el amor, ni sobre la depresión, ni sobre la muerte. Es una película sobre cómo adaptarse a un mundo que está enfermo. Sobre cómo una mujer produce imágenes que la mantienen todavía viva, incluso en un mundo que la hastía. Sobre cómo estas ensoñaciones son, en última instancia, una forma de permanecer, a pesar del cansancio y del sometimiento, de lo estancado, de lo igual. Sobre cómo, al hablar de malestar y angustia, se confunde lo íntimo con lo público y lo personal con las condiciones de vida.
La película muestra qué es lo que subyace a la adaptación y da cuenta de una de las posibles fantasías que emergen en quienes se sienten fuera de lugar, incómodos, extraños. Transcurre en una oficina. Hay ruidos de teclados, conversaciones intrascendentes y actividades que se proponen para generar acercamiento entre los empleados. Se muestra un mundo en el que todas las cuestiones de las que se habla parecen ser irrelevantes, en donde da lo mismo si el motivo está vinculado al trabajo, una mascota, el clima o la guerra. Dentro de ese grupo de gente, hay una mujer, Fran, que se siente incómoda. No hay nada que le guste, salvo trabajar, como le comenta a uno de sus compañeros con quien ensaya un par de citas que se ven frustradas por el desencuentro y la incomodidad y que, al final de la película, derivan en un abrazo, luego de que ella le confiese que se imagina colgada de la grúa que se ve por la ventana para «sentir algo».
Lo que está impregnado de muerte es ese otro mundo monótono, en donde todo es lo mismo y hay que trabajar, hacer lo que todos hacen, vivir como todos viven. Fran está apartada, ensimismada, desinteresada. No hay vida en ese mundo, pero tiene que seguir funcionando. Entonces, se le imponen estas fantasías: se ve a sí misma muerta, tendida en un bosque, rodeada por insectos y neblina; o en una playa, recostada en el tronco de un árbol muy grande.

Soñar y desaparecer, esas son las dos ideas que sustituyen la noción de muerte en las traducciones del título. En la versión española se traduce como La vida soñada de Miss Fran; en la latinoamericana, como A veces pienso en desaparecer. Pero soñar, morir y desaparecer no son lo mismo: fantasear con morir no es necesariamente una forma de fantasear con la propia desaparición. El tratamiento indistinto de las tres ideas es problemático: hay una dilución de la muerte, un borramiento de cualquier experiencia que nos acerque a ella. Vivimos en un mundo en donde no se habla de la muerte pero está en todas partes. En donde no se la nombra pero se sueña con ella. Un mundo que, tal como postula Paolo Virno1, está marcado por la impotencia. Hay un exceso de habilidades y capacidades que no pueden ponerse en práctica porque no se dan las condiciones limitantes para que esto suceda. No logramos hacer lo que queremos. Ni siquiera sufrir. Esta impotencia es lo que se vislumbra en Fran, que no hace nada, solo soporta. Las imágenes de muerte pueden ser entendidas como la expresión de una «vigorosa potencia de sufrir» que está «privada, sin embargo, de realizaciones congruentes y convenientes»2. Ante el agujero de la repetición, soportar. Ante las conversaciones estúpidas, soportar. Ante la pátina de felicidad, soportar. Pero soportar el cansancio producido por esas condiciones no es inocuo y, entonces, aparece la muerte. Una muerte quieta, serena. Una muerte que le permite seguir soportando.
En un breve texto titulado Esa siniestra facilidad para morir3, Marguerite Yourcenar afirma: «no se vive sin verse implicado» y hace referencia a «los jóvenes que se arrojan a las llamas antes de aceptar el mundo tal y como se lo han dado hecho». Se pregunta si hubiese sido posible hacer algo por evitarlo. Porque ese «rechazo», esa «indignación» y esa «desesperación» por un mundo que tiene una «paz que no es paz (…) en donde los anuncios de restaurantes gastronómicos aparecen en los periódicos al lado de los reportajes que nos hablan de pueblos muertos de hambre», ese sentimiento de inadecuación es necesario para «hacer del mundo un lugar menos escandaloso de lo que es». Ante estas afirmaciones podemos preguntarnos, entonces, qué es una vida implicada. La indignación, la desesperación y el rechazo de los que habla Yourcenar no están presentes en Fran. Hay un desprendimiento de lo que sucede a su alrededor. La gente le parece extraña, los diálogos que entablan le resultan ridículos. Pero eso no es tan molesto, todavía, como para ir contra ese mundo vacío y hostil. No hay una voluntad que la lleve a hacer algo —matarse, renunciar, enojarse con alguien— y, sin embargo, aparece una pulsión que insiste en mantenerla con vida, incluso bajo esas circunstancias. Una pulsión que la hace soportar.
Paolo Virno escribe: «si bien no nos topamos ya con actos políticos radiactivos, ni con obras de pensamiento capaces de provocar una pizca de vértigo, en cambio las manifestaciones de nuestra capacidad de soportar cualquier cosa son epidémicas y polifónicas»4. Fran está mimetizada con el mundo que aborrece y encuentra en las ensoñaciones un respiro. Pero no es un respiro que le permita ir contra ese mundo, sino todo lo contrario. Es una especie de bálsamo, una forma de mantener el statu quo. El adormecimiento de cualquier reacción posible hacia otra cosa que no sea sí misma es una reafirmación de la lógica actual: se aquieta la potencia que podría emerger de la muerte.
En lugar de sublevarse, soporta. Al final, cuando el hombre con el que salió le da un abrazo, la oficina es revitalizada con plantas que saltan de su imaginación a la realidad. Al incluir a un hombre que provoca algo en Fran que la lleva a adaptarse a su entorno, se está privatizando su malestar. Como plantea Mark Fisher, esta privatización no hace otra cosa que «dejar fuera de discusión cualquier esbozo sistémico de fundamentación social»5. La película es una adaptación de una obra de teatro llamada Killers (Kevin Armento, 2014) y de un corto que se titula, también, Sometimes I Think About Dying (Stefanie Horowitz, 2019). En la obra de teatro, hay una mujer que fantasea con matar y un hombre que fantasea con morir. Es interesante cómo en la película nunca aparece la posibilidad de hacer daño a otro, cómo se equipara la idea del suicidio con la idea del asesinato. Aspecto que, de nuevo, da cuenta de la personalización de un problema colectivo.

La indignación, la desesperación y el rechazo a los que se refiere Yourcenar son redirigidos hacia su interior: Fran piensa en morir, no en matar. Y ese es uno de los principales problemas con esta película. En ningún momento ella denuncia lo que ocurre en su entorno. Lo que hace es producir imágenes en las que está muerta. Hay una «impotencia reflexiva», como menciona Mark Fisher al referirse al hecho de que, incluso sabiendo que las cosas están mal, se tiene la sensación de que no hay nada por hacer. La ensoñación de Fran la conduce a una supuesta transformación interna y no produce efectos en el mundo más allá de su propia vida. Se le impone a la fantasía de muerte, entonces, un carácter personal que la aísla de las condiciones en las que está siendo producida, sin tener en cuenta que, al pensar en la muerte, también se está pensando en el mundo en el que esta muerte es imaginada.
Hay una indiferencia suave, que no hace casi ruido. Como las imágenes de sí misma muriendo. Incluso en la violencia de la muerte se opta por mostrar pulcritud, quietud, serenidad. La fantasía que produce Fran en la oficina es una ensoñación pasiva que, más que ponerla en movimiento, la aplaca, le permite seguir funcionando y adaptarse. Tal es así que, hacia el final, participa de una de las dinámicas y lleva una caja con donas para compartir con sus compañeros. Es decir: el mundo sigue siendo igual, la vida es la misma, las condiciones de trabajo no cambiaron, pero hay una suerte de transformación interior. Esa supuesta transformación interior no es sino otra de las formas por las que nos «adaptamos rápidamente a los golpes lanzados por el modo de producción capitalista»6.
Las ensoñaciones le ofrecen a Fran una facilidad para vivir una vida que, de otra forma, sería intolerable. La internalización de la violencia producida por el sistema la aleja de redirigir su potencia hacia otra cosa que no sea la violencia contra sí misma. El foco, que al comienzo está en lo sistémico, pasa a ser lo personal. De esta manera, lo que parecía ser una crítica a la forma de vida actual, se convierte en otra película más sobre cómo no hacer nada ante el sometimiento, sobre cómo soportar una vida inerte, sobre cómo seguir funcionando a pesar de estar muerta.

- Paolo Virno. (2021). Sobre la impotencia. La vida en la era de su parálisis frenética. Tinta limón. ↩︎
- Ibíd ↩︎
- Marguerite Yourcenar. Ensayos. (2017). Debolsillo. ↩︎
- Paolo Virno. (2021). Sobre la impotencia. La vida en la era de su parálisis frenética. Tinta limón. ↩︎
- Mark Fisher (2016). Realismo capitalista: ¿no hay alternativa?. Caja negra. ↩︎
- Paolo Virno. (2021). Sobre la impotencia. La vida en la era de su parálisis frenética. Tinta limón. ↩︎