Es un ademán loable abrir un festival de cine con una película como Volveréis. Un festival que se propone desde su editorial «defender un cine que nos haga salir modificados de la sala, distintos, mejores», escoge para su primera manifestación un film que toma al cine como refugio ante la vida, la vida como sinónimo del cine, hasta que ambos se vuelven inseparables, indiscernibles. Ya ocurría en Los ilusos (2013), la segunda película de Jonás Trueba, que se detenía en el ejercicio de filmar una película sincera mientras un grupo de amigos actuaban en los ratos libres en los que no vivían. ¿O era al revés? Como sea, quienes nos hemos formado como espectadores del cine de Trueba sabemos de lo que es capaz cuando se trata de recorrer las intersecciones entre cine y vida. Con ocho largometrajes en su haber, podemos decir que es un director que ha madurado a la par de sus filmes, plasmando en ellos distintas facetas del devenir vital de un joven como él. Una nueva película suya nos asegura el encuentro con una experiencia colmada de artesanía, de conversaciones y paseos, de decisiones pequeñas y sagradas.
Las últimas tres películas del madrileño –si obviamos la enorme Quién lo impide (2021)– podrían tomarse como una trilogía involuntaria que indaga en las distintas etapas de una pareja encarnada una y otra vez por Itsaso Arana y Vito Sanz, desde el esperanzador comienzo (La virgen de agosto, 2019), pasando por la calma de la vida en pareja establecida (Tenéis que venir a verla, 2022) hasta llegar a la ¿inevitable? separación.
Volveréis dialoga con una tradición del cine estadounidense que trata de matrimonios que se dan una segunda oportunidad: las comedies of remarriage. Ale y Álex son una pareja que, tras una relación de 14 años –toda una vida– está decidida a separarse, y quieren hacerlo a lo grande, con una celebración, una fiesta que suceda el 22 de septiembre, el último día del verano, con música en directo. El artífice de la disparatada idea es el padre de ella –la directora de cine–, interpretado por Fernando Trueba –el padre del director– y responsable de los momentos más entrañables del film. Es el tiempo de la comedia: incontables veces cuentan a sus amigos y familiares sobre su futura separación; les dicen que están bien, que harán una fiesta, que luego estarán mejor. Por momentos parecen convencidos, por momentos no. Casi nunca dejan de estar juntos: se la pasan planeando el futuro festejo, y nos recuerdan que el amor está en esa complicidad, en las repeticiones, en «la deliciosa seguridad del instante», en la conversación.
Un poco más de comedia: el arquitecto de la idea de celebrar las separaciones de pronto no está convencido de su ocurrencia. La estructura se tambalea. Tras Bergman y Kierkegaard, el temor se afronta con una nueva referencia. Es habitual salir de una película de Trueba con una recomendación de lectura, y esta vez será el libro de Stanley Cavell que argumenta que el cine puede hacernos mejores1. Bibliografía extendida de un padre a una hija; el cine como cuestión de filiación. «¿Sabes qué creo? Creo que volveréis».
Si vivir es hacer cine sin cámara, hacer cine con cámara tiene que ser un poco como vivir; caminar por Madrid, entrar a una librería, ir al cine, salir del cine, escuchar una banda con amigos en un living superpoblado. La película se llena de las cosas que hacemos siempre, para que los espectadores puedan sentirse parte y también puedan reír juntos si la protagonista se llama Alejandra Trelles, como quien minutos antes ha presentado el festival con el alegato de que se puede cambiar el mundo haciendo cine.
Una máxima de Bresson: «Llamarás bella a la película que te dé una idea elevada del cinematógrafo»2. Jonás Trueba es un cineasta de películas posibles y, para un presente donde el cine agoniza, no es poco contar con un director consagrado a hacer de cada entrega una declaración de sus principios mientras planta valiosas preguntas sobre el dispositivo. Una elaboración tan meditada como esta encuentra, de todos modos, la manera de sentirse accesible y despreocupada, algo que solo puede lograrse si se trabaja a partir de una forma capaz de sembrar señales que acerquen al espectador al mundo del director, un mundo que vale la pena habitar porque está colmado de afecto hacia el cine. No hay fetichismo cinéfilo si hay un trabajo de reincorporación a la forma posible. Tenemos, claro, un cineasta que va a sus referencias (ahí está la tumba de Truffaut) en busca de algo extraviado y emerge, tal vez, con una verdad. Es un descubrimiento que no se podrá verbalizar pero se podrá mostrar una y otra vez, una y otra vez. El cine como juguete en manos de un niño preocupado por los destinos de la imagen en un marco humanista. ¿Qué ponemos en escena cuando tenemos a una pareja próxima a separarse?. Allí hay unas vidas a punto de cambiar y eso requiere de suavidad. Obsérvese el momento de separar las bibliotecas, la tristeza latente en la que no osa detenerse. Tomar la decisión de separarse es como montar nuestra película, el personaje de Itsaso Arana encarna a una demiurga que reniega de su creación porque, al fin y al cabo, la película «es lo que es». Por suerte, es lo que es. Volveréis hace todo su recorrido por el camino del cine para fundirse en él al final, en una secuencia de montaje que querríamos ver de nuevo, más rápido, hacia atrás, una y otra vez.
«¿Es una película o es nuestra vida?», preguntaba alguien en Los Ilusos. En Volveréis, tenemos la escena donde Ale muestra su película en proceso a un grupo de amigos de caras familiares, a la espera de una devolución. Los comentarios van del material que se ha mostrado a los amigos que se han de separar. Gestos así nos divierten pero también nos conmueven. Es el tiempo del drama: sin dejar de lado el artificio, se desnuda al personaje ante los ojos, y la cámara, de su pareja: viejo recurso, poner en boca de los personajes lo que no se atreven a decir, mediante otro texto, en una de las escenas más logradas de Vito Sanz y preámbulo para un gran final. El motivo de la repetición se plasma plásticamente; un caleidoscopio de sonrientes caras de pronto nos colma. Termina la película, _créditos finales, salimos del cine, nos vamos a la calle, y caminamos distintos, mejores…