Unas cartas al cine | 43° FCIU Carta a un viejo Master, de Paz Encina

Caricia: del latín «carus», que significa «querido» o «valioso». 

Carta a un viejo Master corresponde a un tipo de película que solo puede ser una rareza; de ser habitual, la categoría no existiría. Es necesario que haya muchas películas que no tengan un registro como el suyo para que, cuando al fin aparezca, irradie. 

En la sala de Cinemateca mengua de espectadores, que al terminar la película se van, quise quedarme un rato más; hay películas que no te dejan moverte en seguida. De pronto siento un llamado: es Magui, que está más abajo y también es de las últimas en irse. Mientras bajamos las escaleras, nos contamos que adoramos la película. Ella con cierto pudor, porque conoce a Jordana Berg, la montajista, y fue su tutora; yo, sin problemas. Cuando encuentra mi confirmación nos abrazamos, y de ese abrazo nace este texto.

El edificio Master no es solo una construcción de Río de Janeiro ubicada en Copacabana, a una cuadra de la playa. También es un lugar cinematográfico, una construcción que labró Eduardo Coutinho en Edificio Master, su documental de 2002, en el que ingresa lo más adentro que puede del edificio para conocer a unos generosos habitantes dispuestos a contarle todo sobre sus vidas. Coutinho escucha y muestra, la película es única e irrepetible. Como el universo, se expande. Encuentra una discípula. Paz Encina sabe que su afán es engañoso, y comienza a confesarlo desde el primer plano: un amanecer. Al cabo de unos minutos, pasamos de la noche al día. La película muestra su recorrido y enseña su gramática: cámara estática, voz en off permanente, un fuera de campo sonoro magníficamente construido, y unos pocos planos, bellos y sentidos. 

En el centro del proyecto de Paz, hay una extensa carta a Coutinho escrita con su voz: «Querido Coutinho, filmé los planos que pude, registré algunos sonidos y llegué a montaje. Y ahí sentí algo fatal, sentí que no me alcanzaban los planos para contarte todo lo que te quiero contar». A partir de lo que no puede, porque no está, porque no encuentra, florece la película que sí puede; esta, la que estamos viendo. El plan es buscar en orden a cada persona que apareció en el film del director, pero sucede que pasaron 20 años y lo que encuentra es negación y ausencia. ¿Se puede filmar la ausencia? Claro, se puede: es cuestión de contarla, de buscar los planos justos. De a poco entendemos que no hay ausencia si hay película. La directora-narradora le confiesa sus temores y penas: qué plano buscó y no encontró, cuál le parece más digno para describir a la persona que retrata, por cuál no quedó otra que optar porque ya no había alternativas.

Y así piensa el cine: se edifica sobre lo que ella es, con lo que tiene, su vida y su dolor, y lo que no, sus pérdidas y sus anhelos. También le habla a su querido maestro –a quien reconoce una deuda– y sigue unos pasos. Los pasos resuenan en los escuetos pasillos, rebotan en las puertas donde se esconden las personas que ya no quieren salir en cámara y llegan hasta nosotros, que reaccionamos sin movernos ante la emoción provocada. Como en aquella película guía, hay respeto y entendimiento. Las fidelidades se dejan claras, los compañeros de equipo se nombran y se muestran. Jordana (montajista de Coutinho en sus últimas películas) es una maestra y una compañera en el montaje, donde esta película se teje. 

La voz narradora es fundamental en el conjuro que lanza la película, y aporta el cariz más resplandeciente a la propuesta sonora. Es tan bello que la directora nos hable así. Responde, además, a una de las intenciones primigenias: dar voz. Sucede que ya no están las de antaño, que es preciso construir un sistema nuevo que asegure la resonancia de los sonidos humanos. Ahora, mediante la voz de la directora, en el edificio Master se sigue hablando de las cosas que más nos importan. Con un solo tono, armonioso y pausado, la película adopta la misma cadencia mientras expone sus preguntas y comparte sus vacilaciones. Hay momentos en que una palabra, una idea o emoción nos arrastran y nos llevan más allá del film, como una ola testaruda. Es un poco triste; nos perdemos alguna cosa y lamentamos que nos haya ocurrido. ¿Cómo puede ser que queremos detener una película tan quieta?

Una clase de creencia ¿religiosa? comienza a desprenderse de las paredes del film. La creencia no tiene que ver con el dios que nombra, más bien con la trascendencia y la comunión, con el puente hacia el otro que crea, de adentro hacia afuera, para establecer una alianza entre distintos semejantes, y con todas las cosas. Fue en su lista de ocasiones en las que sintió a Dios donde creo que entendí. La película de Paz no es una hija fantasma de la de Coutinho. La directora toma sus decisiones y ante la imposibilidad (conceptual, esencial) de repetir el procedimiento del maestro, escoge irse por los lados. No solo aporta otra capa a su película, también muestra lo que aquel no quiso para generar una nueva clase de contracampo; el exterior del edificio y, fundamentalmente, lo que ocurre más allá. De ese coraje, a descubrir, da fe el movimiento cinematográfico locuaz con el que culmina el film.